Conozca más de la vida del cardiólogo Luis De la Fuente (escrito en libro de editorial Perfil por el propio doctor De la Fuente)

Tomado del libro de edición limitada y reservada de Editorial Perfil " Los últimos 50 años de la Medicina Argentina y sus protagonistas " del doctor Mauricio Baron y editado por el Periodista Hugo Gambini.

Por Luis De la Fuente

´´Me recibí de médico en la Facultad de Medicina de la UBA en 1960. En los dos últimos años de mi carrera, gracias a la ayuda del Dr. Pedro Mario Aquilino, ingresé a la Guardia de los sábados del Hospital Fernández y, una vez recibido a la Sala XI de Cirugía de dicho hospital.

Allí conocí al Dr. Héctor Gancedo, que regresaba al país después de 5 años en EE.UU., realizando Cirugía Torácica y Cardiovascular, y me permite que lo ayude en sus operaciones.

El Dr. Gancedo al ver mi entusiasmo por las enfermedades cardiovasculares y su tratamiento quirúrgico, me sugiere que viaje a U.S.A., para formarme adecuadamente en una especialidad en rápido desarrollo. Él fue quien me aconsejó cómo contactar los Hospitales en USA y comenzar primero mi Internado Rotatorio, que duraba un año, para luego realizar los 4 años de Cirugía General y recién los dos años de Cirugía Cardiovascular. También me aconsejó que una vez que tuviera un contrato para mi Internado, pidiera en la Embajada de USA la visa de inmigrante, para que si decidiera quedarme en ese país, yo pudiera trabajar libremente.

Siempre estuve agradecido de “Tito” Gancedo por sus sabios consejos y su amistad. Recibí tres contratos de hospitales en Baltimore, Houston y Portland.

Me decidí por el Saint Vincents Hospital en Pórtland, Oregon, por ser el más lejano y donde sólo se hablaba inglés y tenía una estrecha relación con la Facultad de Medicina de la Universidad de Oregon.

Yo quería mejorar mi inglés, pero nunca imaginé que iba a ser tan arduo el camino.

Pocos meses después de recibido, viajé a USA, a Portland, a comenzar mi Internado Rotatorio, que consistía en 4 meses en Cirugía, 4 meses en Clínica Médica, 2 meses en Obstetricia y los últimos 2 meses en Pediatría.

El 1º de Julio de 1960 comenzó mi rotación en Cirugía y mi tarea principal era realizar la historia clínica de los pacientes que iban a ser intervenidos quirúrgicamente y ayudar al “staff” de cirugía en sus operaciones.

Un día me tocó ayudar al Dr. Harvey Baker en una cirugía muy complicada y quedé asombrado con su solvencia y rapidez para realizar el acto quirúrgico.

El Dr. Baker, al saber que yo era argentino, pidió al Jefe de Residentes que yo pudiera ayudarlo en todas sus operaciones. El Dr. Baker a comienzo de los años 50, había viajado a Buenos Aires, como ayudante del Dr. Pack, a verla a Eva Perón, y no tenía mas que palabras de agradecimiento para como los habían tratado y de la generosidad del General Perón.

Yo me sentía muy contento con el Dr. Baker ayudándolo en sus operaciones, no sólo por lo que enseñaba, sino porque era un placer ver la rapidez de sus manos (tanto la izquierda como la derecha) y su precisión quirúrgica.

Todos los médicos al graduarnos tenemos la aspiración de ser un “gran médico” y yo había venido tan lejos a Portland para ser algún día un buen Cirujano Cardiovascular y ahora, al lado del Dr. Baker empecé a pensar, que si bien tenía una muy buena habilidad quirúrgica, jamás sería un “muy buen cirujano como él”.

----------------NOTA DE LA REDACCIÓN DE LATIDOS: El doctor Baker, cirujano general, operaba todo y de todo, y era considerado un ambidiestro y el más veloz del mundo (y el más capaz en su época), no por nada lo trajo Pack a ayudarlo a operar a Evita, y el doctor De la Fuente que tenía apenas 26 años y recién recibido cuando operó con Baker se sentió algo inhibido-------------------------------------

Prosigue el doctor De la Fuente:

´´Angustiado y con gran ansiedad terminé mi rotación en Cirugía y pasé a Clínica Médica, a trabajar con nuevos Jefes y Residentes y en un ambiente totalmente distinto al quirúrgico.

Ya en Clínica Médica, volví a encontrar al Jefe de Residentes Arthur Matsuda, un japonés americano que me tenía a maltraer durante las guardias por no entenderle bien el Inglés. Ahora tenía que verlo durante 4 meses todos los días y participar activamente en sus clases de Electrocardiografía, pero con una diferencia a mi favor, ahora yo entendía el Inglés médico bien.

Matsuda daba sus clases a los Residentes de 3ro, 2do y 1er año, amén de nosotros los Internos y todo era muy práctico, ya que sin distinción de grado nos daba para interpretar cualquier electrocardiograma. Yo no sé si por temor al ridículo o a Matsuda, empecé a interpretar los electrocardiogramas mejor aún que los Residentes de 2do y 3er año. Al principio todo era sorpresa en Matsuda, pero al cabo de un mes me empezó a distinguir llamándome por mi primer nombre “Luis” y me designó a que trabajara con los pacientes del Dr. Brill, que eran todos pacientes cardiacos.

El Dr. Brill era un “grande”, no sólo por sus conocimientos en Cardiología sino como ser humano. Yo como estudiante le conocía por los libros de Medicina, ya que en la década de los 30´ había descrito el “Corazón Pulmonar Subagudo”, entidad clínica desconocida hasta entonces.

El Dr. Brill pisaba los 70 años, me brindaba su amistad y yo me sentía como en familia. Un día decidí hablar con él y contarle el porqué yo había venido a USA, y ahora me daba cuenta que en un momento de lucidez y acto de madurez no iba a ser cirujano y quería saber su opinión sobre si yo podía algún día ser un “buen cardiólogo”. El se rió y me dijo que la Cardiocirugía iba a tener un gran desarrollo en los próximos años, pero para eso los cirujanos necesitaban fundamentalmente un diagnóstico preciso para tener éxito y sólo los Cardiólogos podían brindárselo. Ya puedes empezar a prepararte, no sólo en la Cardiología Clínica de ahora, sino en todo lo que se viene, sobre todo el cateterismo cardíaco y la angiocardiografía, que todavía está en pañales.

Me advirtió que debía tomar la Residencia de Clínica Médica al terminar mi Internado y prepararme muy bien para competir por los muy escasos lugares de Residencias en Cardiología en USA, que en aquel entonces eran contadas con los dedos de la mano.

En 1960, por ejemplo, en USA, para ser Cardiólogo, se certificaba con sólo hacer los últimos 6 meses del 3er año de Residencia en Medicina en un Servicio de Cardiología reconocido.

El Dr. Brill me aconsejó que frecuentara -en el Hospital de la Facultad de Medicina de Oregon- al profesor de Radiología, el Dr. Charles Dotter y a un joven cirujano cardiovascular recién llegado de Boston.

El primero realizaba muchos estudios angiográficos y el segundo tenía algunas ideas nuevas sobre como reemplazar las válvulas cardíacas enfermas. De ahí en más, dejé mis angustias y puse toda mi energía en ser un buen Interno y dar mi reválida del título para poder entrar en la Residencia de Medicina.

El 16 de Marzo de 1960, mientras rotaba en Pediatría, viajé a Seatle y por fortuna revalidé el título, aunque recién lo supe 3 semanas después de los exámenes.

En mi hospital levanté las “acciones”, porque las autoridades médicas examinadoras le informaron al Hospital que de los 58 médicos extranjeros que rindieron los exámenes de reválida, yo había sido el único en aprobarlo. Tanto pensé a la distancia en mi querida Facultad de Medicina de Buenos Aires y en los profesores que nos enseñaron tan bien que no teníamos nada que envidiarle a los médicos graduados en USA.

El 30 de Junio terminé mi último día de Internado y al día siguiente, 1º de julio comencé mi Residencia en Medicina en el mismo Hospital. Como Residente en Medicina y con el apoyo irrestricto de Matsuda, tenía la oportunidad de poder estar con el Dr. Dotter y su Jefe de Residentes, el Dr. Melvin Judkins en la Facultad de Medicina de Oregon.

Lo cierto es que me abrieron las puertas de su Departamento de Radiología, aunque algo extrañados de que yo siendo Residente de Medicina, estuviera interesado en lo que ellos estaban trabajando. Dotter y Judkins, incansablemente trabajaban en el desarrollo de nuevas técnicas y diseño de catéteres para mejorar el diagnóstico angiográfico de las enfermedades cardiovasculares. Las distintas técnicas angiográficas que ellos utilizaban para visualizar no selectivamente las arterias coronarias, más los celos académicos y profesionales contribuyeron para que al Dr. Charles Dotter se lo conociera peyorativamente en el ambiente médico como “el Loco Charlie”.

En Enero de 1964, Dotter dilata exitosamente por primera vez con catéteres especiales, una arteria femoral obstruida y al procedimiento lo denomina Angioplastia.

En 1967, conciente de que la angioplastia podía mejorar sus resultados, diseña una endoprótesis para mantener abierta la arteria dilatada, a la que denomina “stent”. Tener este tipo de ideas en aquella época era académicamente insalubre, pero lo cierto es que el “Loco Charlie” vivía fuera de época.

Además, siguiendo los consejos del Dr. Brill, quien era mi tutor académico, frecuenté al jóven cirujano cardiovascular Albert Starr, que venía de Boston donde había estado trabajando en el desarrollo de una válvula cardíaca mecánica para reemplazar las válvulas cardíacas muy enfermas.

El Dr. Starr a los 32 años, contra la oposición de todos los cardiólogos y cirujanos del Hospital, realizó el 21 de septiembre de 1960, el primer reemplazo de válvula mitral y por fortuna el paciente anduvo muy bien, y a las 48 horas apareció en su foto desayunando en la primera plana del diario “Oregon Post” de Portland.

El éxito de esta operación le dio un gran impulso a la cirugía cardiovascular, a pesar del gran escepticismo de los médicos clínicos. Eran tiempos difíciles, ya que los médicos no aceptaban el desarrollo de nuevos procedimientos diagnósticos y técnicas quirúrgicas en sus pacientes. Yo por mi parte, estaba más que convencido que el papel del cardiólogo en el futuro, no se iba a limitar a recetar “pastillas”, sino aprender y aplicar todos los nuevos procedimientos diagnósticos y terapéuticos. Para mí en aquel entonces era bien claro que el cateterismo cardíaco y la angiocardiografía iban a ser fundamentales en el diagnóstico correcto de las enfermedades cardíacas para su mejor tratamiento.

Yo estaba muy cómodo en el Hospital, pero el Dr. Brill me aconsejó que mi Residencia en Cardiología la tenía que hacer fuera de Pórtland, porque en la Facultad de Medicina no existía la Residencia como tal; aunque parezca mentira ahora, en todo USA en aquella época eran 6 ó 7 los Hospitales que tenían una Residencia en Cardiología y sólo 3 ó 4 tenían un programa activo en cateterismo cardíaco y cirugía cardiovascular.

El Dr. Brill me aconsejó que fuera en lo posible a Denver, Colorado, donde en la Facultad de Medicina estaba Gilbert Blount como profesor de Cardiología, uno de los más grandes expertos en cardiopatías congénitas, y Henry Swan, pionero en cirugía cardiaca con hipotermia. Además estaba en Dr. Abe Ravin, quien fue uno de los primeros en realizar cateterismos cardíacos a fines de la década del 40 y eximio Cardiólogo Clínico.

El Dr Brill me recomendó al Dr Ravin y la tarea no era fácil, pues sólo iban a tomar un solo Residente en Cardiología. Yo envié mi currículum vitae y no tenía ninguna esperanza y estaba a punto de aceptar otra oferta de New York, cuando me llamó por teléfono el Dr. Ravin y lo único que me preguntó fue si yo conocía al Dr. Alfredo Lanari; yo le dije que sí, y que había sido alumno de él en Clínica Médica en la Facultad de Medicina de Buenos Aires. El Dr. Ravin muy escuetamente me dijo que esa noche tomaban la decisión sobre quien iba a ser elegido y que yo tenía una chance por el hecho de haber sido alumno del Dr. Lanari y se despidió.

Ravin luego en una cena le diría a Lanari en EE.UU:
                                                                                       mi jefe le dijo ´´Para que quieres que Luis vuelva, donde tu sabes mejor que nadie que allí él no tendrá los medios para poder realizar lo que está haciendo aquí con nosotros en Denver´´. Yo escuchaba en silencio con un dejo de tristeza y nostalgia la discusión, pero ahí empecé a comprender que tarde o temprano yo debía por lo menos hacer un intento serio de volver a mi querida patria. También sabía que no era fácil: desde hacía más de un año, mi jefe me había designado Subjefe del Departamento Cardiopulmonar y mi sueldo de 365 dólares por mes, pasó a ser de 5.800 dólares; Además, como yo le veía todos los pacientes a mi Jefe, recibía además una buena suma mensual.

Otro de los problemas era que yo lo estaba ayudando a Ravin en la nueva edición de su clásico libro de “Auscultación del Corazón” y estábamos en plano desarrollo de un “simulador de ruidos y soplos cardíacos” para que los estudiantes y médicos pudieran aprender a auscultar el corazón correctamente.

Meses después, el Dr Lanari me telefonea de Buenos Aires, pidiéndome que le envíe mi Currículum Vitae ya que el gobierno había sacado un decreto por el cual, previa aprobación del Conseja Nacional de Investigaciones Científicas que presidía el Dr Bernardo Houssay, los científicos repatriados podían regresar al país, libre de gravámenes, todos sus bienes, incluido su automóvil e instrumental y equipos médicos.

El Dr Lanari hizo la presentación de mi caso de médico argentino que llevaba viviendo muchos años en USA, trabajando full-time en cardiología y era investigador de la Sociedad de Cardiología de Colorado. La resolución salía favorable y yo cada vez tenía menos excusas con el Dr Lanari, para no volver al país.

Al poco tiempo recibimos con el Dr Grow una invitación para participar en el Congreso Argentino de Cardiología, a realizarse en Mar del Plata ese mismo año (1965); yo ya no tenía más excusas! El Congreso de Cardiología en Mar del Plata era una buena oportunidad, por lo menos, para tantear el terreno.


Cuando llegamos a Mar del Plata, de más está decir, la emoción que sentí de estar en mi propia patria y empezar a hablar y discutir temas cardiológicos en Español.
Conocí muchos cardiólogos jóvenes que estaban muy interesados en los nuevos avances en el diagnóstico y tratamiento de las enfermedades cardiovasculares. Me sentía muy cómodo con ellos y comenzó una amistad que perdura hasta el día de hoy. También me encontré con varios cardiólogos que se formaron en USA y que regresaron al país y se volvían desilusionados al extranjero. Recuerdo que me invitaron a almorzar al puerto y durante todo el almuerzo me aconsejaron que ninguna manera me quedara en la Argentina.

La amistad con Favaloro

En ese Congreso, en una de las mesas redondas en que me tocó participar sobre “Indicaciones quirúrgicas de la válvula mitral y aórtica”, en la audiencia, en primera fila, había un médico morocho, grandote, que a cada rato levantaba la mano para opinar pero no le daban la palabra. Cuando yo terminé mi exposición, le pregunté al Dr Fidel Donato quien era ese médico y él me contestó “es Favaloro, un cirujano argentino que trabaja en la Cleveland Clinic en USA y está tratando de volver al país. Yo le pedí al Dr Donato que le cediera la palabra y Favaloro, desde la audiencia, expuso su gran experiencia en la cirugía valvular.

Al finalizar la Mesa, él se acercó y me dijo, yo soy René Favaloro, soy cirujano cardiovascular en la Cleveland Clinic y estoy totalmente de acuerdo con lo que tu presentaste, sobre todo lo que dijiste de estudiar en estos pacientes las arterias coronarias previo a la cirugía valvular. Yo le pregunté desde cuando él estaba en la Cleveland Clinic y él me contestó que desde 1962. Yo me sorprendí y le dije “cómo no te conocí en Cleveland pues yo fui a la Clínica en Febrero de 1963”. Él me contó que después de 12 años como médico rural en la Provincia de Buenos Aires, se fue a los 38 años a la Cleveland Clinic a formarse como cirujano cardiovascular. Ahora, al terminar mi training y satisfechos con mi trabajo, mi jefe Effler me ofreció quedarme en la Cleveland Clinic como cirujano estable, pero yo quiero ver si puedo quedarme en la Argentina.

Yo le dije que mi situación era muy parecida a la suya, con la diferencia que yo me había ido a USA recién recibido y después de tantos años, ya comía y hasta me vestía como ellos! Le dije que el compromiso con mi jefe en Denver era mayor, pues yo estaba como subjefe y luego Director Asistente del Servicio de Cardiología, en cambio él todavía no había aceptado el cargo de miembro del staff.

Si bien es cierto que el panorama para nosotros dos no era muy alentador, empezamos juntos a “ofrecernos” a los distintos cirujanos, para poder trabajar en la Argentina. Por el otro lado, varios cirujanos cardiovasculares de Buenos Aires, se acercaron para ofrecerme trabajo con ellos y ocuparme del diagnóstico y cuidado pre y postoperatorio de sus pacientes. Cuando yo les hablaba de Favaloro, invariablemente me decían que lo que ellos necesitaban era un cardiólogo y no un cirujano cardiovascular.

Todavía recuerdo cuando el Dr Guastavino, en el hall del Hotel Provincial de Mar del Plata, me pidió que me incorporara a su equipo para estudiar y controlar sus pacientes operados del corazón.

Mientras nosotros hablábamos, Favaloro estaba “escondido” detrás de una columna para que no lo viera Guastavino y me hacía señas para que yo le hablara de él, ofreciéndole sus servicios.

Los grupos quirúrgicos estaban interesados en un cardiólogo como yo, y no en un eximio cirujano como Favaloro!

Allí en Mar del Plata surgiría entre nosotros dos una gran amistad.

Allí en Mar del Plata, en 1965, nos despedimos comprometiéndonos a regresar al país algún día y, Dios mediante, quedarnos a trabajar aquí para siempre. Dios iba a querer recién casi 6 años después.

Favaloro regresa a USA, a la Cleveland Clinic, y acepta su posición en el equipo quirúrgico cardiovascular.

Yo por mi parte regreso a Buenos Aires, donde fui invitado a concurrir a distintos servicios cardiológicos, Entre ellos debo mencionar varios: Hospital Argerich, Fernández, Hospital de Niños, mi querido Durand (vivía a una cuadra), Hospital de Lanús, Instituto de Cirugía Torácica y Cardiovascula de Haedo, étc.

En todos estos centros cardiológicos fui recibido con toda amabilidad y pude hacer grandes amigos, amistad que comparto con ellos en la actualidad. Participaba en los ateneos cardiológicos y en la discusión de los “casos difíciles” en un ambiente de cordialidad y respeto mutuo.

El cateterismo cardíaco, sobre todo el de las cavidades izquierdas, era todo un problema, y la coronariografía selectiva no se la conocía, por eso, cuando yo tocaba el tema en los ateneos y relataba mi experiencia, muchos cardiólogos me miraban con cierto escepticismo.


Sanatorio Guemes

En Buenos Aires me sentía feliz en lo personal, pero tenía la angustia de que no podía encontrar un lugar donde yo pudiera estudiar bien los pacientes.

De entrada empezaron a enviarme pacientes en consulta cardiólogos de prestigio, algunos de ellos habían sido profesores míos en la Facultad de Medicina y eso me halagaba, pero cuando había que hacer un cateterismo cardíaco y/o una coronariografía selectiva, no disponía del lugar y eso me frustraba sobre manera.

Yo hablé con mi jefe, el Dr Ravin y, después de una larga charla le dije que volvería a Denver en unos cuatro meses.

De lo que no me quedaba ninguna duda era que si yo me quedaba en la Argentina, debía ir a una institución privada que dispusiera de una buena infraestructura y, de ser posible, que no tuviera un Servicio de Cardiología establecido para no tener que perturbar a nadie.

Entre los cirujanos cardiovasculares que conocí en Mar del Plata, estaba el Dr Mario Kaplan, que se había formado en San Pablo, Brasil, y me propuso ir al Sanatorio Guemes, que estaba bien equipado y donde él estaba trabajando.

Por el otro lado yo, en el Hospital Argerich, entablé una sólida amistad con el Dr Carlos Bertolasi, distinguido cardiólogo y una de las mentes más claras que conocí.

Yo le comenté la posibilidad de ir al Sanatorio Guemes y ahí comenzó a madurar la idea de instalar un centro cardiológico en esa Institución y que para no herir susceptibilidades, lo denominaríamos como en Denver: “Departamento Cardiopulmonar”.

El nuevo departamento cubriría todas las áreas cardiológicas y él se ocuparía principalmente de la Unidad Coronaria y se crearía un Centro de Arritmias. Yo por mi parte me haría cargo de todo lo referente a cateterismo cardíaco, angiocardiografía y coronariografía. Además, con los Dres Mario Kaplan y Ricardo Leyro Díaz como cirujanos, yo me ocuparía del diagnóstico y cuidado pre y postoperatorio de los pacientes a ser operados.

El Director y mandamás del Sanatorio Guemes era el Dr Mauricio Barón y sin su anuencia y apoyo era imposible crear el nuevo Departamento Cardiovascular, por lo tanto había que “venderle” el nuevo Departamento Cardiovascular.

El Dr Barón me citó un día a hablar del nuevo proyecto a las 7 de la mañana, como era su costumbre. Yo llegué a las 6:45, me hicieron pasar a su despacho y luego de saludarme, me preguntó ¿qué es eso de ver las coronarias y para qué sirve? Yo, con total desparpajo, le expliqué un poco la historia con el Dr Sones, la técnica, su importancia y su futuro y bla, bla, bla... Luego le hablé de la importancia que podía tener la formación de este Departamento Cardiopulmonar, como calco de lo que teníamos en Denver, mas la experiencia del Dr Bertolasi y su grupo en el Hospital.

Él nos hizo unas pocas preguntas y yo pensé que la respuesta del Dr Barón sería totalmente negativa. De pronto él se incorporó de su asiento para dar por finalizada la charla y me dijo: Sabe Dr De la Fuente, usted en pocos años más va a ser como la “Coca-Cola” Yo al escuchar eso me quedé atónito y le pregunté: perdóneme Dr Barón, pero no entiendo lo que usted me dice y pensé –en mis adentros-: ¡Debe creer que estoy loco! Barón me aclaró que cuando uno va a una confitería y pide un refresco, el mozo le trae una “Coca-Cola” y que cuando alguien hable de un cateterismo cardíaco y una coronariografía, la gente va a decir “ De la Fuente” y agregó, cuente con todo mi apoyo y comience cuanto antes.

Me dijo que en el Servicio de Radiología hay un equipo nuevo de cine con TV y que hablaría con el jefe para que después de las 8 de la noche, cuando terminen sus estudios, le presten a usted la sala para los cateterismos y coronariografías. Eso sí, la sala de rayos tiene que ser entregada limpia cuando terminen, ya que los radiólogos comienzan a trabajar a las 7 de la mañana. Eso a mí no me asustaba ya que en Portland, como Residente de Medicina, por 15 dólares limpiábamos, con otros Residentes, las Salas de Cirugía a la noche!.

Salí más contento que perro con dos colas y me dije: ni siquiera mi madre me cree y este hombre sí. Es un visionario!, o está mas loco que yo!

Además, el Dr Barón nos ofreció todo el apoyo de la Fundación Guemes para realizar los cateterismos y coronariografías a los pacientes sin recursos económicos. Este apoyo económico fue muy importante, pues nos permitió realizar cateterismos cardíacos y angiografías gratuitamente a muchos pacientes de distintos hospitales de Buenos Aires.

Muchos médicos amigos me aconsejaban que yo debía ir a un hospital en forma permanente, pero yo tenía bien claro que una clínica privada me daría más libertad y en la Argentina de aquellos años era muy difícil conseguir un hospital que contara con todo el costoso equipamiento que se necesitaba.

Por el otro lado, yo siempre en USA había estado en hospitales privados como el St Vincent en Pórtland, el General Rose en Denver y la Cleveland Clinic en Cleveland.

El tiempo nos daría la razón, ya que muchas clínicas importantes de nuestro país seguirían este modelo, tal vez por el hecho de que la mayoría de sus jefes en la actualidad, se formaron con nosotros en el Sanatorio Guemes.

El Dr Bertolasi y su equipo médico organizaron la Unidad Coronaria y el Centro de Arritmias y con el Dr Ezio Zuffardi comenzamos a realizar los primeros cateterismos cardíacos, trabajando siempre de noche que, como ya dije anteriormente, nos facilitaban recién a esa hora la Sala de Rayos.

A fines de ese año –1965- viajo por 3 días a La Rioja a pasar Año Nuevo con mi familia y conozco a quien actualmente es mi esposa, y que tuvo mucho que ver con que yo me quedara definitivamente en el país. Siempre le estaré agradecido.

Como yo tenía visa de inmigrante en USA y le había prometido a mi jefe en Denver volver pronto, decidimos casarnos aunque sólo llevásemos tres meses de novio, para que ella también consiguiera su visa de inmigrante.

Antes de retornar a USA a fines de Marzo de 1966, realizamos la primera coronariografía en el Sanatorio Guemes y era la primera que se realizaba fuera de USA, ya que en aquel entonces allá sólo había cinco centros realizando coronariografías en el mundo y nosotros –en Denver- éramos uno de ellos. Ahora el Sanatorio Guemes se incorporaba al club!

Recuerdo la cara del Dr Bertolasi cuando vio las imágenes y la presento luego en el ateneo del Hospital Argerich. Por supuesto que no faltaron las críticas y la pregunta clásica de aquellos tiempos ¿para qué sirve y qué aplicación clínica puede tener?.

Mientras tanto yo regresé a Denver a mi hospital, donde había dejado tantas cosas inconclusas, entre ellas un libro sobre “Emergencias Cardíacas”, que estábamos preparando para Mc Graw-Hill. Pero algo había cambiado en mí y ahora era bien claro que yo quería y debía volver a mi querido país. A eso se sumaba el hecho de que mi esposa extrañaba sobremanera su familia y la Argentina.

Yo tuve una larga charla con mi jefe el Dr Ravin y le expliqué cómo me sentía y le pedí que me dejara por un tiempo volver a Buenos Aires, para luego retornar a Denver. Él me duplicó el sueldo y me prometió asociarme en su práctica privada si yo me quedaba definitivamente en el Hospital. Yo le dije, jefe, estoy muy conforme con lo que gano y con la confianza que me brinda atendiendo sus pacientes, pero quiero volver a la Argentina y decidir desde allí. Iban a pasar 3 años de angustia, de idas y venidas a USA, ya que en el fondo me era muy duro “cortar el cordón umbilical” con mi jefe. Recién lo iba a cortar definitivamente allá por 1970.

Mientras tanto yo mantenía un contacto permanente con Favaloro en la Cleveland Clinic y a medida que yo me afianzaba en Buenos Aires, más le insistía que él debía volver.

Mientras tanto Favaloro en la Cleveland Clinic, con la invaluable ayuda y experiencia de Mason Sones con la coronariografía y con la dedicación y perseverancia que siempre lo caracterizó, desarrolla el by-pass aorto-coronario, utilizando la vena safena.

En Mayo de 1967 realiza la primera operación en una mujer de 51 años y por fortuna es exitosa. La técnica quirúrgica se modifica y los by-pass, que al principio eran en una sola arteria, se empiezan a realizar en múltiples arterias.

Esta técnica quirúrgica se extiende rápidamente principalmente en USA y Favaloro merecidamente es reconocido en todo el mundo científico, y la Cleveland Clinic se convierte en “La Meca” de la cirugía de revascularización de miocardio.

De ahí en más, mis estadías en la Cleveland Clinic se hacen más frecuentes y pude afianzar mi amistad con Favaloro y Sones. En Cleveland Favaloro me invitaba a cenar en su casa y en la sobremesa discutíamos sobre su vuelta a la Argentina, lo que cada vez yo veía más difícil, pues él era la “estrella” de todos los congresos de cardiología y tenía importantes ofrecimientos de los hospitales de USA.

Su esposa Tony, gran amiga y muy inteligente, siempre entre broma y broma y medio enojada me decía: Luis, ya tengo miedo cada vez que vienes a Cleveland, pues lo vuelves loco a René con tus ideas de que él debe volver a la Argentina.

Cada vez que yo tenía un paciente con recursos que debía operarse en el extranjero, yo se lo enviaba a la Cleveland Clinic.

Favaloro, en 1968, en uno de sus viajes a Buenos Aires, me llama por teléfono para que nos veamos y yo le dije René, que te parece si en vez de seguir operando mis pacientes en Cleveland, los empiezas a intervenir aquí en Buenos Aires. Yo tengo un paciente con una enfermedad valvular mitral, que está completamente ciego y no me animo a enviártelo a la Cleveland Clinic: ¿Te animas a operarlo aquí en el Sanatorio Guemes ahora que viniste por unos días? Favaloro no dudó un instante y me dijo: ¡Por supuesto que sí, encantado!. La operación fue un éxito y yo le dije: ¡viste que aquí se puede!

De ahí en más Favaloro, cada vez que venía operaba algunos enfermos no sólo en el Sanatorio Guemes, sino también operó algunos pacientes en el Hospital Italiano y en el Hospital Alvear.

Mientras tanto el Departamento Cardiopulmonar crecía y muchos médicos jóvenes de nuestro país y del extranjero vinieron a formarse en esta subespecialidad de la Cardiología.

En 1969, el Dr Barón hizo instalar un flamante equipo de cineangiografía Philips en el Sanatorio Guemes, lo cual nos colocaba a la altura de los mejores centros del mundo. Ese año Favaloro vino al Congreso de la Federación Argentina de Cardiología en Río Tercero, Córdoba, y ahí me confirmó su decisión de volver definitivamente a la Argentina y que en Enero del próximo año se iba a quedar todo el mes en Buenos Aires, operando en el Sanatorio Guemes.

Recuerdo cuando el Dr Ernesto Weinschelbaum, que se había incorporado al equipo quirúrgico de los Dres Kaplan y Vedoya, me pidió que yo lo recomendara al Dr Zerbini en San Pablo, Brasil, para que vaya como Residente. Yo le dije a Weinschelbaum: Mira Ernesto, con la máxima confianza te digo que el Dr Favaloro vendrá definitivamente a Buenos Aires y trabajará con nosotros aquí en el Sanatorio Guemes, de modo que no te vayas!

En enero de 1970, Favaloro vino y operó exitosamente más de 30 pacientes en el Sanatorio Guemes.

En Septiembre de 1970, en el Congreso Mundial de Cardiología en Londres, Favaloro era “la niña bonita”. Fue invitado por el Dr Donal Ross a realizar una operación de by-pass en el National Heart Hospital de Londres y los más encumbrados cirujanos del mundo pugnaban por verlo operar.

Allí en Londres, en un almuerzo me dijo: Luis, el 1º de julio del año que viene, vuelvo definitivamente a Argentina y trabajaremos juntos en el Sanatorio Guemes. El Dr Barón vino a Cleveland a invitarme para trabajar en el Sanatorio Guemes y darme su apoyo incondicional; me dijo que están construyendo una torre nueva, que el arquitecto es el muy famoso Arquitecto Mario Roberto Alvarez y que el Servicio será una copia del Servicio de Cirugía de la Cleveland, y yo tendré 5 salas de cirugía.

Además me dijo que quien esto escribe tendría 3 salas de cineangiografía, con el máximo de equipamiento.

Ahora te pido que desde Londres vengas ahora mismo a Cleveland a ajustar detalles me dijo Favaloro. Yo no lo podía creer e inmediatamente cambié mi pasaje de avión para ir a Cleveland desde París, y le conté todo a Mario Kaplan, quien también estaba en Londres. Mario Kaplan habló también con Favaloro y comenzamos en el mayor silencio los preparativos de su vuelta.

Ya en Cleveland, me invitó a su casa y su señora Tony, lo primero que me dijo medio malhumorada: ¡Ahora estarás contento! Yo tendré que dejar todos mis amigos y comodidades de Cleveland para volver a la Argentina; además tendré que aguantar todos los nervios de este hombre, hasta que largue “la bomba” en la clínica, cuando le diga a Effler y a Sones que se vuelve definitivamente a la Argentina. Yo ni siquiera pestañé porque sabía muy bien que lo que decía era cierto, pero también sabía que ella también extrañaba horrores su país.

Sabía en carne propia lo difícil que iba a ser para Favaloro en la Cleveland Clinic hablar de su retorno al país.

Favaloro regresa a la Argentina definitivamente y comienza a trabajar en el Sanatorio Guemes el 1º de julio de 1971.

Se produce una gran conmoción en el ámbito cardiológico y quirúrgico, no sólo en nuestro país, sino también en el extranjero.

Favaloro opera de 10 a 12 pacientes por día y nosotros estudiábamos unos 15 pacientes coronarios diarios, amén del cuidado pre y postoperatorio de sus pacientes.

Armamos un equipo de consulta de lujo para el pre y postoperatorio en las distintas especialidades médicas. Entre ellos, el Dr Daniel Stamboulian en Infectología, Raúl Altman en Coagulación y Trombosis, López Blanco en Nefrología, Guillermo Masnatta en Clínica Médica, etc, etc.

Se creó un Comité de Investigación y Docencia, que aparte de nosotros dos, lo integraban los Dres Carlos Bertolasi, Horacio Cingolani y Luis Becú.

Venían pacientes de todos los rincones de nuestro país y también de USA, Sud Africa, Israel, Italia , España, Latinoamérica, etc, etc.

Vinieron a formarse médicos residentes por períodos de 3 a 5 años, tanto en cirugía como en cardiología, desde el interior del país, como de toda Latinoamérica, España, USA, Canadá, etc, etc.

Yo era el responsable, aparte de mis pacientes, de todos los enfermos de Favaloro, tanto en el diagnóstico, como en el cuidado médico pre y postoperatorio.
Se realizaron muchos trabajos científicos a lo largo de los años, que no corresponde discutir aquí, excepto tal vez por las contribuciones que se hicieron en el campo de los enfermos coronarios agudos.

En Diciembre de 1969, una vez instalado el nuevo equipo de cineangiografía, con el Dr Bertolasi decidimos realizar cinecoronariografía a pacientes durante su infarto agudo de miocardio, no sólo para ver la anatomía de sus arterias coronarias y su ventriculograma izquierdo para visualizar el área infartada, sino también para demostrar que podía hacerse sin riesgos.

Entre enero y febrero de 1970, estudiamos 5 pacientes en la etapa aguda de su infarto de miocardio y demostramos que podía realizarse
sin riesgos. Cuando yo le conté a Favaloro nuestra experiencia, se mostró muy entusiasmado pues, tanto él como nosotros, estábamos convencidos que el gran desafío de la cardiología era y sigue siendo en la actualidad, el infarto agudo de miocardio.

Pero no todas eran rosas, ya que había cardiólogos, tanto en Argentina, como en USA y Europa, que no creían en la efectividad del by-pass aorto-coronario y cuestionaban todo y le restaban valor.

En todos los congresos internacionales el debate era si el by-pass aorto-coronario realmente mejoraba la irrigación al corazón, tal vez por el hecho de que los distintos procedimientos quirúrgicos previos habían fracasado.
Nosotros habíamos demostrado por medio de la coronariografía y los estudios de la función del ventrículo izquierdo, que los by-pass se mantenían abiertos y que la función disminuida del ventrículo izquierdo por falta de sangre mejoraba e incluso se normalizaba en muchos pacientes después del by-pass. Pero como dice el refrán “no hay peor sordo que el que no quiere escuchar”.

Tuvieron que pasar varios años antes que los estudios comparativos con el tratamiento médico mostraran categóricamente que el by-pass aorto-coronario no sólo mejoraba la calidad de vida del paciente, sino también prolongaba su vida.
A partir de estos estudios, las indicaciones del by-pass crecieron en progresión geométrica.

Mi relación con Favaloro en lo personal siempre fue excelente y cuando se producía algún roce, por causa de tantas responsabilidades y tanto trabajo, yo siempre calmaba su “sangre siciliana” con alguna broma o algún chiste. En los 21 años que trabajamos juntos, codo a codo, defendiendo nuestras ideas, sólo una vez en una discusión en la cual no quería entrar en razones, yo le dije: mira René, no me pongas esa cara que es la peor que sabes poner, pues todo el mundo te conoce como el Gran Favaloro y yo soy el único que te conoce como Favalorito cuando en Mar del Plata nos andábamos ofreciendo para que nos conchaben!

ANGIOPLASTIA
Yo mantenía contacto con mis antiguos jefes y cuando el Dr Dotter y Judkins realizaron la primera angioplastia en enero de 1964 en una arteria femoral obstruida, fuimos unos de los primeros en anoticiarnos. Dotter publicó su experiencia en Circulation en noviembre de ese mismo año, 1964.

Muchos médicos del medio académico dijeron “una más del Loco Charlie”, pero Dotter ya en aquel entonces en su publicación profetizó que esta técnica, una vez perfeccionada, se podía utilizar no sólo en las arterias de los miembros, sino también en las arterias subclavias, renales y en las ¡coronarias!

El “Loco Charlie” siguió realizando angioplastías y perfeccionando su técnica y, allá por 1967, empezó a diseñar una endoprótesis para optimizar la angioplastia, a la que bautizó con el nombre de “stent”. ¡Cómo no lo iban a llamar “El Loco Charlie” con todas esas ideas raras! Indudablemente, Dotter no fue “profeta en su tierra”, pero sus ideas germinaron en Europa.

Entre ellos, uno de sus discípulos, el Dr Zeitler continuó perfeccionando la técnica y el instrumental; uno de los alumnos del Dr Zeitler, era un joven médico alemán que había vivido algunos años de su niñez y juventud en Argentina con su familia, como refugiado después de la Segunda Guerra Mundial.

Este médico, que se llamaba Andreas Gruentzig, perfecciona los catéteres balón y, después de realizar muchas angioplastias en las arterias de los miembros y de los riñones, consigue miniaturizar el balón y realiza en Zurich, Suiza, la primera angioplastia coronaria en un paciente, el 16 de septiembre de 1977. Por suerte la angioplastia coronaria tiene éxito y dos meses después en noviembre, presenta su experiencia en Miami en el Congreso Anual de la American Heart Association.

Con Andreas Gruentzig nace una amistad especial al saber que yo era argentino y él hablaba perfecto español y tenía grandes recuerdos de su infancia y juventud cuando vivía en nuestro país. (De ahí en más los viajes iban a ser a Zurich, hasta que él se traslada a USA en 1980). En los comienzos, como había ocurrido anteriormente con el by-pass aorto-coronario había mucho escepticismo con respecto a esta nueva técnica de revascularización de miocardio, sobre todo de parte de los cirujanos cardiovasculares!.

Dos cardiólogos norteamericanos, Simon Stertzer y Richard Myler, viajan continuamente a Zurich y, en marzo de 1978, Stertzer en New York y Myler en San Francisco realizan exitosamente la primera angioplastia coronaria el mismo día en USA!.

De ahí en más empezaron mis viajes a Zurich primero y luego a San Francisco, cuando mi viejo amigo Stertzer se traslada allí para unir fuerzas con Myler en el San Francisco Heart Institute.

En los primeros tiempos la angioplastia es una alternativa al by-pass coronario, sólo en un 5% de los pacientes aproximadamente. En los años subsiguientes, las indicaciones de la angioplastia se extienden, como resultado de una mayor experiencia, mejores catéteres, guías, balones y el desarrollo de nuevas tecnologías, como la aterectomía direccional y la arterectomía rotacional.

A mediados de los años 80, un médico argentino, el Dr Julio Palmaz, trabajando en USA, desarrolla un nuevo stent que comienza a utilizarse con resultados variables.

Cuando la angioplastia ya era una realidad tangible, le pregunté al Dr Dotter por qué había elegido el nombre de angioplastia a su técnica, y él me contestó: “angio” por arteria y “plastia” por una plastia de la misma. Inmediatamente me preguntó: ¿tenés un mejor nombre para ponerle? Con el respeto y, por qué no decir, temor que yo le tenía cuando era Interno y Residente en Pórtland, sólo atiné a asentir moviendo la cabeza, como en los viejos tiempos!. Pasado el susto me animé de nuevo a preguntarle por qué a la endoprótesis le puso el nombre de “stent”, ya que ese nombre no lo podía encontrar en ningún
diccionario.

El se rió y me dijo: cuando tu creas que descubriste algo en medicina, nunca se te ocurra ponerle tu nombre, porque eso mismo probablemente ya fue descubierto por otro médico hace unos 50 años o más!. Por esta razón le puse el nombre de stent, que era el nombre de un dentista inglés de la época de la Reina Victoria.

El Dr Stent era muy hábil y creativo y había diseñado muchos dispositivos para odontología, entre ellos, uno que era para separar los dientes de los niños, y por eso le puse el nombre de “stent”, ya que pensé que podía ayudar a mantener abierta la arteria, después de la angioplastia.

En 1987, con el Dr Stertzer colocamos, en el Sanatorio Guemes, nuestros primeros stents coronarios, que eran de Nitinol. El Nitinol es un material que se expande con los cambios de temperatura y los resultados iniciales no fueron muy satisfactorios. Para mejorar los resultados, empezamos con Stertzer y los bio-ingenieros, a fabricar los “stents” con un acero inoxidable muy delgado, y los implantamos con éxito en 3 pacientes en 1989.

Este stent perfeccionado y luego de varias modificaciones en su diseño, es uno de los stents más comunes usados en la actualidad.

Durante un período de 10 años (1967-1977) el único procedimiento efectivo de revascularización capaz de aumentar el flujo de sangre al miocardio isquémico, era el by-pass aorto-coronario o con conductos arteriales.

El stent coronario permite que la angioplastia sea un procedimiento más confiable y seguro, permitiéndole al cardiólogo extender sus indicaciones a pacientes con obstrucciones en más de una arteria.

Varios estudios randomizados, comparando los resultados entre la angioplastia y el by-pass quirúrgico en pacientes con obstrucciones severas en varias arterias coronarias, no mostraron una diferencia estadística a favor del by-pass.

Al tener la angioplastia una baja incidencia de complicaciones, asociado a un mayor confort del paciente y una estadía hospitalaria de 1 a 2 días, contribuyeron a una continua expansión de la angioplastia.

Los cardiólogos gradualmente comenzaron a cambiar las indicaciones de cirugía del by-pass por la angioplastia en un mayor número de pacientes.

El stent coronario cambió la práctica y las indicaciones de la angioplastia. Sin embargo, en los comienzos también el “stent” tenía sus grandes y numerosos detractores. Se llegó al extremo de que una de las editoriales criticas sobre el stent, publicada en uno de los Journals más importantes de Cardiología en USA, llevaba como título “stent manía”.

Sin embargo, la angioplastia tiene su “talón de Aquiles”: la reestenosis coronaria, la cual es una respuesta en ciertos pacientes al trauma de la pared arterial por la dilatación del balón.

Luego de una angioplastia exitosa, la arteria puede varios meses después estrecharse nuevamente por tres diferentes mecanismos: retracción elástica o remodelamiento negativo de la pared de la arteria o exceso de cicatrización, como en un “queloide”. Los stents convencionales reducen significativamente la reestenosis al impedir la retracción elástica y el remodelamiento anormal de la arteria. Pero los stents coronarios no tienen un efecto beneficioso directo en la proliferación celular que produce el exceso de cicatrización.

Con el Dr Simon Stertzer, en la Facultad de Medicina de Stanford, USA, comenzamos en 1995 a razonar que debíamos desarrollar un stent que fuera capaz de liberar drogas capaces de evitar la división celular y por ende la proliferación celular y la reestenosis.

Después de varios años de estudios extensivos en conejos y cerdos utilizando stents y más de 40 drogas diferentes, se llegó a la conclusión de que todas las drogas utilizadas, la más efectiva en evitar la reestenosis, era un Taxane, el 7-Hexanyl-Taxol.

En noviembre de 1998 utilizamos por primera vez con éxito, el nuevo stent, sin droga aquí en Argentina y en enero y febrero de 1999, con el Dr Grube y Stertzer, en Alemania y Buenos Aires, implantamos exitosamente los primeros stent con liberación de drogas.

Aquí en Buenos Aires, con la autorización de Salud Pública de la Nación, comenzamos un Registro que se inició la primera semana de febrero de 1999 y terminó en mayo de 2001, e incluye 38 pacientes con 40 stents con drogas. Esta experiencia inicial con excelentes resultados hasta el momento actual (2004) y los resultados a casi 6 años, muestran a través de la ecografía intracoronaria, ausencia de proliferación celular. Por fin podíamos evitar el exceso de cicatrización, y uno no puede dejar de lamentar que los Dres Dotter y Gruentzig no estén vivos, para ver el continuo y exitoso desarrollo de la angioplastia.

En la actualidad, los stents con drogas son los stents de elección y han revolucionado la práctica de la angioplastia.
Si bien estos stents con drogas no fueron desarrollados en el Sanatorio Guemes, por razones de fuerza mayor, algunas de las ideas en el fondo partieron de ese Servicio de Cardiología Intervencionista.

Los stents con droga se desarrollaron con el Dr Simon Stertzer en Stanford, USA, con Grube en Alemania y en la Clínica Suizo Argentina y en el Instituto del Diagnóstico aquí en Buenos Aires.

Al terminar este capítulo compendiado, vuelven a mi memoria absolutamente todos los médicos que me acompañaron y ayudaron durante tantos años en el Sanatorio Guemes.

Si tuve algún mérito en todos esos años, fue que respeté a rajatabla la “libertad de pensamiento” y no interferí en su formación, lo cual permitió que todos ellos son excelentes cardiólogos intervensionistas. En la actualidad casi todos ellos son Jefes de Servicios de Cardiología Intervencionista en las clínicas más importantes de nuestro país.

Tampoco puedo olvidarme de todos los médicos extranjeros que se formaron y tienen una destacada actuación en Uruguay, Paraguay, Chile, Brasil, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, El Salvador, Méjico, España, Israel, Canadá y USA. La medicina no tiene fronteras, por eso a todos ellos mi profundo agradecimiento por su amistad y por todo lo que pudimos hacer juntos.

Por último me queda el recuerdo triste de mi separación de René Favaloro.

Desde 1971 estábamos trabajando juntos y teníamos además una gran amistad. A los pocos años de su llegada organizamos la Fundación que lleva su nombre, para desarrollar la Investigación y Docencia. Como ya lo dije anteriormente, yo era el Jefe de Cardiología, responsable del diagnóstico y cuidado pre y postoperatorio de todos los pacientes cardiovasculares.

Habíamos luchado codo a codo contra todos los ataques al by-pass, los transplantes de corazón, etc, etc., pero era indudable que la angioplastia, a medida que se desarrollaba, se iba metiendo gradualmente como una cuña, sin querer, en nuestras indicaciones médicas.

El destino de mis viajes ya no eran a la Cleveland Clinic, sino a San Francisco y Europa. El gran desafío era ahora el desarrollo de nuevos catéteres balón y luego diferentes dispositivos para optimizar los resultados de la angioplastia como, por ejemplo, los stents.

A mediado de los años 80 y de ahí en más, los pacientes venían a verme, no para operarse, sino para ver si podían hacerse una angioplastia.

En 1991 viajamos juntos a Parma, Italia, invitados a dar un curso y participar en el Congreso Italiano de Cirugía Cardiovascular.

En ese viaje, que duró diez días, hablamos de la inauguración, al año siguiente, del Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular de la Fundación.

En ese viaje comprendí claramente que nosotros dos debíamos privilegiar nuestra amistad y para eso era necesario que yo no me ocupara más de la atención médica de sus pacientes. Eso significaba además, que yo lo acompañaría hasta la inauguración del Instituto, pero nada mas, yo ya había decidido no ir a la Fundación.

En 1992, cuando se iba a inaugurar el Instituto, me pidió que le sugiriera el nombre del médico que se haría cargo del Servicio de Cardiología Intervencionista. Yo le dí el nombre de un médico que se había formado con nosotros y le dije que le ofrecía todos los médicos cardiólogos de mi equipo que él quisiera.

Tuvimos una conversación muy amable y me dijo: vos sabes que no tenemos una foto los dos solos, ¿por qué no nos sacamos una?. Yo creía que teníamos una pero accedí gustoso e esa foto la tengo en mi escritorio.

Inauguramos juntos la Fundación, pues yo había sido el número 2, y me quedé en el Sanatorio Guemes.

René Favaloro, como buen “Siciliano”, me decía que yo era de la “Familia”.

Yo nunca tuve duda de eso, pero sabía que de ahora en más, sólo pertenecería a su familia afectiva.

Nos hablábamos siempre y el 12 de julio de 2000, como siempre, lo llamé para su cumpleaños y me invitó a que fuera a la Fundación a almorzar el lunes siguiente, estaba muy contento y me anunció que se casaba a mediados de agosto (el 18) y que quería que yo fuera. Le dije que me iba a USA pero que volvería sí o sí para su casamiento.

Estando en USA, en el día de mi cumpleaños, recibo una llamada de mi secretaria Amalia en la que me informa que el Dr René Favaloro acababa de morir trágicamente esa tarde. Quedé atónito y aún lo sigo, no pude ni puedo entender que alguien como él, a quien conocía profundamente, quien era pura vitalidad, proyectos y se llevaba el mundo por delante, haya tomado tremenda decisión.

Muchísimas cosas pasaron por mi mente y una de ellas fue cuando, años antes, el Dr Mason Sones me decía “Luis, yo daría mi brazo derecho para que René Favaloro regrese de Argentina a trabajar conmigo a la Cleveland Clinic”. Tal vez tendría que haberlo hecho, pero René siempre me decía “ni muerto me sacan de mi país”.

Algún día, tal vez escriba un libro sobre “El Favaloro que yo conocí”.